Prefiero los puntos
suspensivos... Hoy me agradaría creer que mi vida es un eterno etcétera, y no
un finito punto y final. Sería consolador saber que la frase “No dejes para
mañana lo que puedas hacer hoy” no tiene ningún sentido. Y saber que puedo
hacer todo lo que me proponga, sin importar el tiempo que empeñe. El tiempo no
es más que un arma blanca, que se me clava cada día un poquito más en los
órganos, hasta que llegue a matarme. No quiero su existencia; me resulta
odiosa, me estremezco al hacerme consciente de su paso a través de mí.
Prefiero los puntos suspensivos… Hoy me pregunto, una vez
más, el fin de mi presencia en este sitio. No hago más que estorbar al tiempo,
intentando negar su paso. Estoy segura de que me odia más que yo a él, porque
es consciente de que, aunque gran parte de mi vida haya pasado, aunque vea a mis
hijos crecer y adaptarse a su maldito paso, yo continúo negando su presencia.
Prefiero los puntos suspensivos… No quiero cambiar el
hecho de vivir ajena a lo que me rodea; me hace más feliz la contemplación
externa pero omnisciente de mi vida. Al final me observo como si no dependiera
de mí misma, como si mi destino ya estuviera escrito; no trato de cambiarlo. Y
todo esto me hace consciente del tiempo, sin poder evitarlo. Haga lo que haga,
está aquí, a mi lado, susurrándome al oído la cuenta atrás de mi presencia en
el mundo. Me recuerda todo lo que me queda por hacer. Así que, durante un laxo de
tiempo más o menos largo, decido aprovechar hasta el último momento. Pero con el
tiempo, vuelven las dudas.
Sigo prefiriendo los puntos suspensivos…
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