jueves, 31 de octubre de 2013

Hoy te traigo margaritas. Y me quiere no me quiere, te quiero no te quiero. Pasaba por aquí... Y recordé tus ojos. Oh, cuanto te amo desde entonces, cuando retiraste las pesadas cortinas de la ventana de tu alta torre. Sea como sea, no dejaste caer tu larga cabellera para que escalara hasta ti. Preferiste las letras, la música y las nubes, y esto hizo que me convirtiera en musgo sobre tus piedras. Desde entonces paso por aquí, y recojo margaritas. Nunca te las había traído, hasta ahora. Ya sabes, un ataque de locura, falta de cordura, hoy no me das miedo. He cogido mi alta escalera y subido hasta ti, y te he encontrado muerta, o más bien de rodillas, que son sinónimos. Mi princesa ya no es princesa, ya no vive en la magia. La realidad le ha golpeado demasiado fuerte. Y es que al verme has caído a mis pies, y el ensueño ha desaparecido. ¿Te quiero, no te quiero? Ya no puedo hacerlo, las margaritas se han marchitado demasiado pronto. Vuelvo por donde vine. Recojo las margaritas, la escalera y desaparece el musgo. Puede que vuelvas a ponerte en pie; nos veremos entonces, quizás ya en el cielo.
Te invito a mi cama una tarde de lunes; invierno, lluvia y amor. Durmamos a la vez las horas que podamos malgastar. Hay momentos en los que me gusta estar triste, los ojos empapados, la complicidad, los hombros amigos. Que sepas que si me das uno de esos momentos te guardaré cuidadosamente, plegado junto al resto de jerséis de lana, para que me abrigues en mis inviernos y yo lo haga en los tuyos; para que en mis primaveras te lleve a todas partes por si acaso, y en las tuyas yo te siga de cerca, no vaya a ser que tropieces. Te leo, me asusto si me entiendes, corro y me persigues, y me paro frente a un escaparate de contradicciones; son muchas entre las que elegir qué clase de error cometeré contigo. Debes saber que soy amiga de la tinta corrida, los corazones rotos y las lágrimas inoportunas. También que soy impaciente y aleatoria, quizás un poco obsesiva, demasiado crítica, insistente. Pero eres uno de mis jerséis, quizás con el tiempo uno de mis favoritos, y los inviernos son demasiado largos para la gente como yo, así que te necesito. Es un momento para estar triste, para que te abrigue; tengo lana de sobra.  Acércate, túmbate conmigo, durmamos… Démosle horas al viento. 

jueves, 21 de marzo de 2013

En otra vida



Nunca fue un ser típico. La apatía le apasiona. La indiferencia, aunque aparente es su arma más letal. Es fría, calculadora, astuta, aunque sabe llegar al corazón de las personas, como un rayo de sol al llegar la esperada primavera. Hace malabares con tus vísceras, mientras tú estás ocupado observándola. Está esperando el momento idóneo para estrujarlas. Oh, ¿no es fascinante su fuerza, su oscuridad, su lúgubre talante? Resulta hipnótica su mirada, y sus movimientos, sus lágrimas que con escasez afloran, solo para que recuerdes que es humana, que también siente.

Es un ser atípico, poco común, único. Casi puedes ver la energía brotando de su siempre activa mente. ¿Sientes la corriente eléctrica al rozar su pétrea piel? Las cenizas de las mentes que quemó, en otra vida, impregnan su rostro, que se ve pálido, incluso en un día soleado.

Posee todo el poder, y, sin embargo, lo usa para su desgracia. Es así como, en la bañera caliente, llena completamente de ella, ves teñirse el agua del rojo intenso que emana de sus cansadas venas. Volverá, volverás a verla. Quizás, en otra vida, convierta también tu alma en cenizas.

martes, 12 de marzo de 2013

Ser o parecer


Alta, esbelta, cabello dorado, ojos azules, delgadez más que favorecedora. Sonrisa satisfecha, actitud desgarradora, que mueve masas, extrovertida, divertida, el alma de la fiesta.

Sale de casa y no mira al suelo, mira al cielo. Sigue con su trayecto sin dudar ni un instante. Sonríe a la vida, es una persona optimista. Tiene mil cosas que hacer, siempre de aquí para allá, encontrándose con todos sus buenos amigos. Sabe relacionarse, le gustan los conciertos llenos de gente, fumar y las fiestas donde el nivel etílico del ambiente le hace ser todavía más espontánea. Baila como nadie, los que no la envidian la desean, ya sea por su personalidad o por su físico. Quizás no encuentres su nombre en Google (o quién sabe, quizás sí, es tan imprevisible...) pero deja huella en cada una de las personas a las que conoce, porque es única.

Todos lo saben, y lo aprecian. Se lo recuerdan cada día, y ella responde con una sonrisa a las alabanzas. Sabe hacer que la gente se sienta bien, sabe enamorar a las personas y hacer el amor con las mentes.

Pero, sin duda, lo que mejor sabe hacer es actuar. Es una actriz magnífica. De hecho, te ha hecho creer que es todo lo anterior, pero… Quizás mire al cielo para no ver que se está consumiendo. Quizás siga su trayecto para tener la seguridad de que todo va a salir bien. Quizás su sonrisa solo sea una máscara, una cortina más. Quizás su personalidad extrovertida solo esté ahí para expulsar los fantasmas que encierran su oscuro cuerpo. Quizás, después de todo, no sea una persona feliz, puede que solo lo parezca...

domingo, 3 de febrero de 2013

El verdadero precio del oro.


El mundo cambia, pero las injusticias se quedan. Queda la codicia, el querer y no poder, el deseo de sobresalir, las muertes por aplastamiento. Y, sin embargo, todos apuntamos al mismo punto: el cielo. Cada uno elige su forma de alcanzarlo.

Cuando nací no me dijeron que hoy conocería la riqueza. Tampoco me dijeron qué era. Cuando era niña pensaba que todos queríamos lo mismo, la felicidad, que todos luchábamos por conseguirla. Pero entonces llegó el día en que abrí los ojos, y ante mí descubrí una tarima de oro, comprada con papeles de colores por señores trajeados. Me pareció fácil. Resultaba divertido conseguir oro a cambio de papel.



Naturalmente, no vi la otra cara de la moneda: niños abrigados solo con el calor de sus madres, con lágrimas en los ojos, sin casa, salud ni suerte. Más tarde comprendí que aquello también formaba parte de la vida. Esos señores con traje capturaban la imagen de las personas, y la convertían en tarimas de oro, a las que se subían para controlar los cuerpos sin alma.

Desde entonces me pregunto por qué los señores trajeados no pueden buscar riquezas distintas, no pueden ver los ojos de los niños y sentir la pena de sus madres. Quizá no esté todo perdido, tal vez podamos hacer algo.

Los falsos señores con traje han creado un concepto erróneo de gobernante, de político, de representante. Esta situación se ha convertido en una crisis de valores, más allá de una crisis basada en la riqueza material. Por eso, ahora más que nunca, debemos trabajar por derrocar ese concepto falso de político. Debemos confiar en una empresa colectiva, que se base en la solidaridad, la empatía, la fuerza de voluntad, la ilusión. Necesitamos estar unidos. La unión hace la fuerza. En la unión está el cambio.


domingo, 20 de enero de 2013


Un día cualquiera, como cualquier otro. Me levanto pensando en la conversación que tuve anoche con quién sabe qué mente privilegiada sobre quién sabe qué aspecto de la vida. Entonces miro el armario... y acabo, sin darme cuenta, poniéndome siempre una prenda negra. Sigo intentando descifrar la razón de esa coincidencia cada mañana. Pasado esto hago los rituales típicos de toda persona civilizada (aunque no por ello ordenada). Me dirijo al instituto con ojeras de mayor o menor tamaño, proporcional al interés de la conversación de anoche. Entonces viene la larga serie de clases, que unos días son interminables, y otros pasan volando. Y entonces a comer, gran ritual, siempre que mis padres no hayan decidido hacer coliflor. Y entonces es cuando viene lo mejor del día: el conservatorio. Música, música, música... Durante toda la tarde. Durante esas horas, mi mente vaga por muchos sitios diferentes, por lo que me resulta difícil atender a mis compañeros, que comparten conmigo sus dudas sobre transporte o sobre un movimiento musical u otro. Y cojo el metro para volver a casa después de tanta actividad leyendo un libro o simplemente escuchando música mientras contemplo a los otros pasajeros, que me miran con mala leche porque observo sus movimientos, como de costumbre. Y llego a casa y, si tengo suerte, y después de deberes y cena, habrá ensayo de la orquesta, o de la banda. O, de no haberlo, tendré otra de esas conversaciones que me quitan el sueño y me dibujan líneas moradas inofensivas bajo los ojos, que me acompañan durante cada día recordándome lo bueno que es reflexionar. 

No sé qué hacer con el futuro. A lo mejor lo arrugo hasta convertirlo en una pelota y lo mando a reciclar. Así podría quedarme aquí, adolescente. Con mi acné y mi curiosidad. Se está tan bien... Como en casa. Con anhelos, amistades (in)quebrantables y novedades constantes. Es que la humanidad viviría mejor sin pensar en el mañana. Y yo… yo soy humana. ¿Y si cojo el futuro y lo meto debajo de la almohada? Sí, será mejor. Vivir por el día, profetizar por la noche.