sábado, 5 de enero de 2013

Rutina


Anda, pero si existe el suelo de mi habitación. Mis calcetines forman una densa moqueta, muy práctica, por cierto. Al menos no siento el frío de los azulejos. Hay papeles de chocolatinas ansiosamente consumidas durante las horas de estudio sobre mi escritorio. No voy a quitarlos ahora... De lo contrario, el montón que he creado en la papelera se desmoronará. Mis libros se apilan caóticamente ordenados por orden de lectura. Sus puntas dobladas como consecuencia de mis resbalones con los bricks de zumo exprimidos dejados caer por ahí me piden clemencia. Salto sobre ríos de ropa sucia hasta llegar a mi cama, que está llena de papeles arrugados, intentos fallidos de buenos relatos. Mierda, ¿eso es una mancha de tinta? Mis sábanas parecen un campo de batalla. No me explico cómo puedo causar tantos estragos mientras duermo. Quizás sea por las pesadillas que me causa el temor a que alguien me haga ordenar todo esto. Soy feliz en mi caos, por ahora. Me hace pensar, por momentos, que mi vida está un poco más revuelta que de costumbre. Que tengo algo que mostrar, a parte de una sonrisa perfecta y un moño recién repeinado. Al llegar a la cama siento una punzada en el costado. No, no es ninguna afección, seguramente se trate de algún útil de escritorio olvidado tras un dibujo. Levanto mi cuerpo, saco el bolígrafo y me tumbo, finalmente, mirando al techo. Es blanco, quieto, normal, rutinario... Está limpio, porque mi suciedad no llega tan alto. Porque, por más que pretenda esconderlo, mi vida sigue siendo tan plana como de costumbre.

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