viernes, 22 de julio de 2011

Viena. Capítulo 1.

Aun recuerdo el día en el que me planteé cambiar de vida.
Yo no estaba satisfecha con mi vida, nunca tenía bastante. Pero todo cambió. Mi hermana  Julia se presentó con una sola mochila y unos vaqueros rotos. Ella, que tanto había hecho sufrir a todos marchándose a Noruega, sólo porque estaba cansada de vivir la vida que todos querían, y no la que ella quería vivir. Llamó a la puerta, pensando que mis padres se habrían arrepentido de haberla despreciado de semejante forma, pero se había equivocado. Yo, que tanto la había admirado por tener éxito con los chicos, por sus lujosos vestidos de Channel, había seguido el ejemplo de mis padres y ya no la veía con los mismos ojos. Sin embargo, y sorprendentemente, deseaba que volviera. Quería que me diera consejos sobre la vida, que me contara sus problemas, tumbarme en la cama con ella a leer revistas y a escuchar nuestra música pop, pero en cuanto volvió, me di cuenta de que todas esas tradiciones inútiles nunca volverían.

 Después de que mis padres la echaran de casa de nuevo, cuando había venido en son de paz, me decidí a desobedecerles por primera vez en mi corta vida.
Salí de casa dando un portazo, llorando y con el maquillaje corrido, y  me dirigí al lugar preferido de Julia: un valle repleto de hierba verde, pinos que rozaban las nubes y un cielo azul y despejado. Allí estaba ella, leyendo el libro que la había encarrilado hacia las vías de la literatura. Me acerqué y me senté a su lado. Durante varios minutos estuvimos en silencio, contemplando el horizonte, escuchando nuestras respiraciones. Después nuestras miradas se encontraron y nos juntamos en un largo abrazo, sollozando palabras de cariño por el tiempo que habíamos estado separadas. Estaba deseosa de que me hablara de ella. Y lo hizo. Me habló de esos tres meses que habían sido como siglos, en los que su vida había cambiado tanto, en los que había conocido lo que era trabajar para vivir, lo que era querer de verdad, y vi que las personas pueden cambiar.

Julia aprendió, después de haber estado sus dieciocho años oculta detrás de una máscara, que lo que de verdad importa es mostrar los sentimientos, y dejarse ayudar.

Pero aún tenía una pregunta para mi hermana. Y se la hice:

-          Julia, ¿por qué te fuiste tan lejos de casa?
-          Alejandra, ¿cuánto odio tienen que aportar papá y mamá a tu vida para que veas como son? Creo que en el fondo sabes que ambas necesitamos salir que aquí, esto no es nuestro.- dijo con una sonrisa melancólica- Nuestros padres siempre se preocupan de lo que piensan sus amigos ricachones, y así nuestra familia se va desmoronando como una torre de naipes. Por eso me fui, porque sé que yo también caería y acabaría siendo como mamá, vengativa y sin corazón.
-          Así que nunca vas a volver a casa, ¿verdad?
-          Realmente, no lo creo.
-          Entonces yo tampoco quiero volver, ellos no quieren que vuelva. Me quiero ir contigo. Vayámonos a Italia, a Noruega o donde nos lleve el destino. Solo te pido una cosa: Nunca te olvides de mí.

Julia me miró como si hubiera dicho una atrocidad, como si la hubiera ofendido al decirle que no me olvidara; pero en el fondo de esa mirada, encontré una partícula de el amor inmenso que teníamos la una por la otra y que de alguna forma nos hacía pensar lo mismo: Nos iríamos lejos, lejos de la riqueza, de los caprichos y la fama, para vivir juntas otra vida, y olvidar todo lo que habíamos pasado.


Aterrizamos en el aeropuerto de Viena un veintitrés de Diciembre. Al bajar del avión low-cost que nos había conducido hacia nuestra nueva vida, sentí aquel frío que helaba los huesos y que había sido compañero de grandes músicos en la edad media, cuando la muerte se llevaba consigo a almas inocentes.

Estaba tan nerviosa por saber donde nos alojaríamos, donde estudiaría, porque por aquel entonces yo tan solo tenía diecinueve años, y siempre me había gustado estudiar.

-          Tenemos que ir a la salida, ¡muévete!- me dijo Julia mientras recogía nuestras maletas- hay alguien esperando fuera.

Esas últimas palabras me desconcertaron. ¿Quién podría estar aquí? ¿Cómo lo conocía mi hermana?

Salimos del aeropuerto con aire despreocupado, pero sabía que Julia estaba intranquila por mí. Últimamente yo no hablaba mucho, siempre estaba pensando en la forma en la que había huido de la casa de mis padres. Cómo había cogido mis maletas vacías, y las había llenado con todas mis cosas caras y pomposas. Aún recuerdo la cara de enfado de mi madre, y también recuerdo, muy nítidamente, cómo mi padre se había encerrado en su despacho con el mismo blues de John Lee Hooker que cuando mi hermana les dijo que se marchaba, tres meses atrás.

Julia buscó entre la gente, estuvo escudriñando entre el gentío durante unos instantes, y de pronto se le iluminó la mirada. Miré hacia aquel punto y vi a un hombre negro, alto y delgado, con una barba cuidada y ojos azules. Julia se acercó corriendo hacia él y lo abrazó. Ambos lloraron de alegría, olvidándose de mí.

Un momento después, el hombre se acercó a mí y se presentó:

-          Hola, yo soy Josef, tú debes de ser Alejandra.- me dijo con una educación innata- deja que te ayude- dijo, y cogió las maletas que había dejado en el suelo. Solo se me ocurrió sonreír.

No hay comentarios:

Publicar un comentario