lunes, 8 de agosto de 2011

Crudo despertar.


Despierto en mi habitación a las cinco de la tarde. Anoche salí y sigo muerta de sueño. Me acuerdo de lo que pasó ayer. Ella y yo discutimos, otra vez. Pero esta vez fue peor, mucho peor. Le dije cosas que ni siquiera pensaba. Ella me miró, y herida, dolida, enfadada, dio la vuelta y se marchó. Yo, herida, dolida, enfadada, intenté solucionar mis problemas con el alcohol. Como siempre, el alcohol no quiso solucionar mis problemas. Volví a casa dando tumbos, con un tacón roto y el rimmel corrido y me eché a dormir. Así que esta mañana me he despertado, me he tomado un vaso de zumo y me he vuelto a tumbar en la cama, hasta ahora. Y cuando me levanto, la realidad me ataca como un puñetazo de culpabilidad. Me despojo de mi lencería; no recuerdo bien donde dejé mi ropa antes de entrar en la cama, y me dispongo a entrar en el baño. Me miro al espejo. Tengo una magulladura en el brazo izquierdo, y no estoy segura de cómo ha llegado hasta ahí. No le doy más importancia. Entro en la ducha, me lavo y me deshago de los restos de maquillaje que quedan en mis pestañas. El vapor me relaja, pero el remordimiento sigue ahí, martilleándome. Al salir, me pongo el pijama, la crema hidratante y voy hacia el congelador a por una gran tarrina de helado. Me tumbo en el sofá, y, mientras hago zapping, me da la sensación de que todas las cadenas de televisión se han puesto de acuerdo para sacar imágenes de parejas felices. Todas para recordarme que no estoy con ella. Me decido por el canal de prensa rosa. Vuelvo a quedarme dormida. Despierto a las ocho y media. Me levanto de un salto, corro hacia el baño y me quito la crema de la cara. Me pongo unos vaqueros y una camiseta cualquiera. Tengo la breve sospecha de que no combinan. No me importa. Solo quiero llegar a su apartamento y disculparme por todo. Así que salgo corriendo hacia la puerta de la calle. Y, en cuanto la abro, ella está ahí, a punto de llamar al timbre. La miro a los ojos, sonríe, la cojo de la mano y la atraigo hacia dentro. Me besa, le beso, y antes de darme cuenta, está sentada en mi sofá, acurrucada junto a mí, compartiendo mi helado. 

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