lunes, 5 de septiembre de 2011

Amore d'estate.


Era un treinta de Agosto. Ese día, Francesca llegó a la playa de Agrigento como todas las demás mañanas de ese verano: a las once. Miró hacia el mar, desde el suelo de madera de aquel pub que tantas veces había visitado durante las vacaciones. El mar estaba tranquilo, el agua era limpia y el sol calentaba la arena de la playa, haciéndola parecer completamente blanca. Más allá, en las rocas que rodeaban la cala, había un chico sentado. Miraba hacia el horizonte, donde se escondían ya las velas de un barco. Ettore estaba lejos, pero, por el movimiento de sus labios, Francesca pudo adivinar que estaba cantando alguna canción. Sonrió, mientras se quitaba la ropa y los zapatos, y con los pies descalzos y el bañador negro que tanto le gustaba, aterrizó en la arena caliente, y comenzó a andar hacia su derecha. Justo al lado de la orilla del mar, empezaba un sendero de roca. Lastimándose los pies, pero sin preocuparse por ello, se dirigió hasta donde estaba sentado Ettore, cantando como si se encontrara solo. No se dio cuenta de la presencia de Francesca hasta que ella se sentó junto a él, sonrió y dijo: "Ciao". Ettore no contestó en seguida. Primero se acordó de lo que había ocurrido la noche anterior, cuando la había llevado a aquel rincón del pub, la había besado, y su mano se había metido, sin pensarlo dos veces, en el pantalón de aquella chica italiana. Recordó cómo ella se había apartado, diciéndole que no quería seguir, y había echado a correr. Él, en el fondo, sabía que pasaría. Francesca no era una chica de las que lo hacen todo sin pensar. Lo tenía siempre todo medido, y para ella, ese no era el momento. Pero, aunque sabía cómo era, no la entendía. Tardó unos segundos en contestar "Ciao" en voz baja. La miró a los ojos y ella volvió a sonreír, esta vez amargamente.

            Ettore era uno de esos chicos que quieren tener siempre la razón. Uno de esos chicos, que aunque la quieren, no suelen tenerla. Así que, esa vez, como todas las demás, quiso tener la razón, y se enfadó con Francesca, la primera chica que lo había rechazado. Ella, dado que lo conocía bien, le preguntó si estaba enfadado: "Sei arrabbiato?" Él respondió con un rotundo "Sí." Ella se apartó el pelo rubio, largo, rizado y aclarado por el sol de la cara y empezó a hablar. Le dijo toda la verdad: Ella lo quería de verdad. Lo quería más que había querido a nadie nunca. Y quería hacer las cosas bien. Así que quiso ir despacio, quiso asegurarse de que él sentía lo mismo por ella. De que para él, ella era algo más que uno de sus rollos de verano. Así que le preguntó si de verdad él le quería: "Tu... mi ami sul serio?" A lo que él respondió, de nuevo, con un "Sí". Ettore se acercó a Francesca, dispuesto a besarla. Ella puso su mano en la cara de Ettore, apartándolo con una risa juguetona. Él comenzó a hacerle cosquillas en la barriga desnuda, como el primer día que se conocieron, en el pub a la orilla de la playa. 
         
           Cuando ambos se cansaron de jugar, se sentaron, tranquilos, mirando el horizonte. Y, después de un rato en silencio, Ettore se giró a ella, y le dijo lo que llevaba tiempo callando por miedo a ser rechazado. "Voglio que tu sia la mia fidanzata." Francesca se giró hacia él, sorprendida. También ella quería ser su novia. "Io sono la tua fidanzata." En ese momento, las velas de un barco asomaron por el horizonte. Francesca se acercó a Ettore. Se juntaron en un largo beso, que duraría más de lo que nunca habrían esperado.

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