miércoles, 18 de abril de 2012

Intruso.

Golpes secos de mis pies sobre la arena del descampado. ¿Quién acampa? Mis sentidos. Están acobardados, porque en mí hay un intruso. Entra, entra y quiere quedarse. No quiero dejarle; lo consigue. Consigue embrujarme, me maldice, siento que desaparezco. Pero no, vuelvo a aparecer, y conmigo, mis machacados pensamientos. El intruso me controla y me maltrata. Siento que todo se me olvida, siento que nadie me recuerda. Siento que muero. Pero las garras de esta porquería que dejé entrar tiempo atrás en mi cuerpo me devuelven a la vida, al infierno. A pesar de todo río. Como un tonto. Estoy loco- pienso – por reír cuando mis sentidos lloran. Lloran porque me han perdido. Ya hace tiempo lo hicieron, aunque siga vivo. Pero este suplicio ya no es vida para mí, hace mucho que dejé de existir.

Siento el olor de la tierra mojada de este descampado en el que la suerte me tiene abandonado. Me recuerda a mi fracaso. Oigo un perro ladrando a lo lejos, cantándole a la luna que por ahí hay un loco, que vaga por la vida, y que a cambio pide poco. Ya no hay sabor de nada en mi boca; yo me alimento de mis propias desgracias y de medicamentos. De esos que tomé para curar mi locura y que ahora únicamente me torturan. Tengo miedo de mí mismo. Ya no me siento, ya no me obedezco. Es el intruso el que me ordena que haga esto. Yo le sigo como un perro, mientras, hambriento, intento salir de mi encierro.

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