domingo, 3 de febrero de 2013

El verdadero precio del oro.


El mundo cambia, pero las injusticias se quedan. Queda la codicia, el querer y no poder, el deseo de sobresalir, las muertes por aplastamiento. Y, sin embargo, todos apuntamos al mismo punto: el cielo. Cada uno elige su forma de alcanzarlo.

Cuando nací no me dijeron que hoy conocería la riqueza. Tampoco me dijeron qué era. Cuando era niña pensaba que todos queríamos lo mismo, la felicidad, que todos luchábamos por conseguirla. Pero entonces llegó el día en que abrí los ojos, y ante mí descubrí una tarima de oro, comprada con papeles de colores por señores trajeados. Me pareció fácil. Resultaba divertido conseguir oro a cambio de papel.



Naturalmente, no vi la otra cara de la moneda: niños abrigados solo con el calor de sus madres, con lágrimas en los ojos, sin casa, salud ni suerte. Más tarde comprendí que aquello también formaba parte de la vida. Esos señores con traje capturaban la imagen de las personas, y la convertían en tarimas de oro, a las que se subían para controlar los cuerpos sin alma.

Desde entonces me pregunto por qué los señores trajeados no pueden buscar riquezas distintas, no pueden ver los ojos de los niños y sentir la pena de sus madres. Quizá no esté todo perdido, tal vez podamos hacer algo.

Los falsos señores con traje han creado un concepto erróneo de gobernante, de político, de representante. Esta situación se ha convertido en una crisis de valores, más allá de una crisis basada en la riqueza material. Por eso, ahora más que nunca, debemos trabajar por derrocar ese concepto falso de político. Debemos confiar en una empresa colectiva, que se base en la solidaridad, la empatía, la fuerza de voluntad, la ilusión. Necesitamos estar unidos. La unión hace la fuerza. En la unión está el cambio.


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